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Segundo Domingo de Pascua / Domingo de la Divina Misericordia

Ver y Creer

Recuerdo una frase que escuché de mis padres, "ver para creer". Escuché esa frase más a menudo cuando era niño cuando prometí hacer algo. Prometía limpiar mi cuarto, acostarme temprano o dejar de comer demasiados dulces. Mis padres eran escépticos y decian. Lo creeremos cuando lo veamos. He llegado a apreciar que fueron muy sabios al decir eso. Hubo muchas ocasiones en que hice promesas que no cumplí.

En este segundo domingo de Pascua, escuchamos en el Evangelio una historia muy familiar sobre Santo Tomás. No creía que Jesús se le apareció a los discípulos después de la resurrección. Tomás insistió en poner su mano en el lado herido de Jesús y sus dedos en las huellas de las uñas. Quizás Tomás expresó un escepticismo fuerte sabiendo que el Cristo resucitado tenía que ser el Jesús que murió en la cruz en el Calvario. De alguna manera, Tomás demostró una profunda creencia. En las apariciones de la resurrección de Cristo en el Evangelio, leemos sobre el miedo y la incapacidad inicial de reconocer al Señor resucitado. El reconocimiento llega a través de varios signos (es decir, partiendo el pan, Jesús comiendo con los discípulos, Jesús interpretando la Palabra). Para Tomás, una señal del Señor resucitado fue el sufrimiento de Jesús. Él vio y creyó.

En el Evangelio, Jesús anunció que el Mesías sería crucificado y luego resucitaría de entre los muertos. Tomás creía en ese pronunciamiento de Jesús. El Jesús resucitado debe ser el Jesús que fue crucificado. El instrumento de la cruz conduce a la promesa de una nueva vida. Su visión fue creer. Me recuerda la actitud de mis padres, un cierto escepticismo en mis promesas hasta que cumplí. La historia de la Pasión de Jesús expresa una realidad cruel en la muerte de Jesús. ¿Cómo puede venir una vida nueva de un trato tan inhumano e indignado de Jesús? No es difícil imaginar que los discípulos experimentaron miedo y desesperación. Sin embargo, es a través de la experiencia del miedo y la desesperación que la promesa realizada de una nueva vida se vuelve aún más sorprendente.

Durante los últimos 20 años, este Segundo Domingo de Pascua también ha sido un tiempo para reconocer la Divina Misericordia de Dios. Esta observancia fue iniciada por el Papa Juan Pablo II unos días después de la canonización de Santa Faustina Kowalska. Fue una mística de principios del siglo XX que tuvo profundas experiencias de la misericordia de Dios en Jesucristo. El Papa Francisco en su documento sobre la misericordia, Misericordiae Vultus (el Rostro de la Misericordia), inauguró el Año Jubilar Extraordinario de la Misericordia en 2015. El Papa Francisco nos enseña la calidad de la misericordia demostrada por Dios. La omnipotencia de Dios se expresa en su misericordia. En nuestro viaje espiritual, nuestra experiencia más esencial de Dios es con el Dios que nos muestra misericordia. No es que nos lo hayamos ganado, pero es así como es Dios.

Nuestra experiencia de un Dios misericordioso puede ser asombrosa, especialmente cuando sentimos que nos hemos distanciado de Dios. Esa asombrosa experiencia puede compararse con la asombrosa experiencia de creencia de Santo Tomás. Creyó porque vio y dio testimonio de un Jesús crucificado y resucitado de entre los muertos. Quizás en la experiencia de la actual crisis de salud presenciamos enfermedad y muerte. Es uno de los momentos más oscuros que he tenido. Sin embargo, en medio de esa oscuridad, somos testigos de un Cristo que está vivo. Quizás en estos días de tristeza y miedo, podamos reflexionar sobre Cristo que está vivo. Podemos preguntarnos cómo Cristo está vivo para nosotros. Vemos la bondad de las personas, el alcance de la caridad, la dedicación de las personas de servicio público y los trabajadores del hospital. También experimentamos una mejor apreciación de nuestras familias y amistades, y un anhelo de unirnos. Esta es nuestra experiencia de una nueva vida frente al sufrimiento y la muerte.

Padre Larry Janezic, OFM

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